Bernabé
nació algo tarado. Toda la vida en un excelente establecimiento educacional y
con profesores particulares y avanzaba muy poco. Su madre lloraba en silencio. En
la prueba de selección universitaria no vio una. Es que no se preparó
adecuadamente era la excusa primera. El padre entonces lo inscribió en la
Facultad de Derecho, sin mucha fe, de una cara universidad particular en donde
el requisito más importante era no dejar de pagar las cuotas mensuales de la
matrícula. Siete años después se tituló de abogado y hubo una celebración y
parabienes. Bernabé nunca aprendió bien a hacer resoluciones o decretos porque
nunca le gustó la lectura y defender a imputados en un tribunal no iba con sus carácter,
además de ser distraído. Aunque le costó mucho dinero el papá pudo cumplir con
su intransable sueño de decirles a sus amigos en el bar y a todo aquel que lo
quiera escuchar su frecuentada frase: “tengo un hijo abogado”, con un orgullo
límite, que no le cabía en el pecho. Un día un borracho maleducado le preguntó
con sorna: ¿en qué universidad se tituló de abogado tu hijo Bernabé? En ese
momento el padre de Bernabé se ruborizó, abandonó el bar ofuscado y se deprimió
por tres meses. Es injusto que un beodo te pulverice en un segundo un castillo
que se demoró años y mucho dinero en construirse. No es necesario humillar al
prójimo de esa manera.
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SOTANAS DE SATÁN