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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
Microcuentos, cuentos cortos, microrrelatos inciertos, del escritor electrónico chileno JAIME FARIÑA MORALES.
Peter Huber era un zapatero remendón y un hijo del Señor en la Ginebra protestante del siglo XVII, un elegido. Tanto trabajaba que terminó instalando una tienda de zapatos y telas y más. Oraba a Dios para prestar un mejor servicio a la sociedad, que es la santa misión de los emprendedores, con variedad de colores y estilos. La calidad del producto era su preocupación número uno. Como buen puritano era austero al extremo, con una faena de sol a sol. El dinero iba a ahorro e inversión. No participaba de frivolidades o deleites carnales. Era un empresario consagrado a Dios, a la iglesia y la familia. Se incrementaba la productividad, disminuían la pobreza y la frustración. Con tanta sobriedad y laboriosidad brotaron con naturalidad el capitalismo, el mercado de capitales. La prosperidad gigante de la patria estaba a la vuelta de la esquina, y la envidia de los países fracasados y paganos también. El rencor cauteloso carcomía al papado. Las ciudades que se plegaron a los principios de la bendita Reforma protestante se desarrollaron en todos los sentidos. Hubo más inversión, más alfabetismo, más ciencia, más cultura, más libertad, más oportunidades. Abundancia en el alma, en la mente y en la billetera. Los derruidos discípulos de la Contrarreforma llorarán sus miserias totalizantes por siempre. La Historia los aplastó. Mastican la rabia con excusas cien veces elaboradas en la Facultad. El gran secreto está en crear riqueza.
Es muy común que en mi país un número indeterminado de esposas y parejas insulten a sus maridos o convivientes, con un lenguaje vulgar, chabacano y agresivo, y nadie dice nada. Se descomponen con una facilidad sorprendente. El garabato reside en la lengua de la boca. Es espontáneo, explosivo. José Andrés terminó en la clínica porque a su cónyuge se le pasó la mano y lo hirió, con un escobazo fuerte en la ceja, sin mayores consecuencias. Para muchas está prohibido utilizar el español sin groserías y obscenidades. Se morirían de pena. Otras alzan la voz en menos de un segundo y el escándalo no las intimida. La impudicia alimenta el espíritu de estas féminas. La descortesía prevalece. Las feministas criollas están agotadas con tanta violencia verbal y física de parte de algunas señoras y señoritas. Van a marchar por todo el país denunciándolo, decididas, con una fotografía gigante de José Andrés y presentando sendas querellas en todas las comunas, sin arrugar. La dignidad del varón también se defiende. La ecuanimidad no se transa, la ética es indivisible. Las feministas gritan con megáfonos que la violencia es abyecta venga de donde venga, y hay que combatirla sin piedad, de frente y con vehemencia. Miles de hombres humillados y avergonzados le agradecen a estas luchadoras tan encomiable gestión. Dile NO a la violencia de género, a los uslerazos.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
Trabajaba de lunes a viernes en una oficina realizando la misma labor administrativa, con sumisión, cuidando su empleo. Enterrado en los papeles pensaba en la discoteca del sábado en la noche, en los tragos y bailes con amigas o desconocidas, buscando una aventura más, de esas que no llegan a ningún sitio. La soledad está relativamente garantizada. Ser un asalariado mediocre no lo motivaba. El viernes en la tarde la siquis de su cuerpo se acondicionaba. Aromatizado y bien vestido iniciaba su velada con un piscola y decenas de pasos ensayados. En un análisis interno elevado, sentado en el pasto concluye que su vida nocturna es un automatismo. Cada vez, los pasos, los ritmos, las señoritas, el contexto, etc, se reiteran, y ya son un completo fastidio. Por ser pobre sus alternativas son escuetas. Con modificaciones sustantivas perturbará los miserables e infructuosos fines de semana. Y así, regresará el lunes a las 8 de la mañana, con fe, a su dependencia a iniciar un nuevo ciclo, anhelando que cada día no sea una copia fiel del anterior.
A Francisco nunca le gustaron las mujeres, ni sexual ni sentimentalmente. Su padre, que era un encumbrado millonario de la patria, no entendía la desidia de Dios si lo educó en los mejores colegios particulares católicos, con todos sus ritos y retiros al día. La vergüenza de ser descubierto lo aterraba. El prestigio de su distinguido apellido corría un serio peligro. Los devaneos no son fructíferos, las terapias no sirvieron. Fue tal la presión sobre el devoto muchacho que ingresó al seminario, al final sin rezongos. Con tantos homosexuales dentro de la comunidad y jerarquía Francisco se sintió en casa, querido. Se ordenó sacerdote y la familia alababa a María orgullosa. Entre afectos y encubrimientos llegó a ser un obispo renombrado.
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