Se casó con un obrero de la construcción y residieron
en la periferia siempre. A pesar de que la pobreza nunca se separó de ellos tuvieron dos hijos varones que por
la falta de educación y oportunidades siguieron el camino de su frustrado padre. El sacerdote predicaba con
convicción de que un católico debía tener todos los hijos que Dios les dé
aunque terminen viviendo debajo del puente con hambre y frío. Por eso tanto
crío en las barriadas. La señora con 36 años aseguraba que la faltaba el
conchito, el último hijo, que los acompañaría en la vejez. Obviamente la madre
pensaba en ella, en su vejez, no en el futuro laboral de su retoño. El agobiado
padre le rogaba que no se embarazara, mas sabía que cuando una dama se proponía
con todo traer un ciudadano a este poblado mundo no había caso. El padre
pensaba que era innecesario traer un esclavo más a la amada patria. La niña que
nació trajo cierta felicidad y perpetuó la invariable pobreza. Dada su edad, el
padre a veces se quedaba cesante. Quince años después la señorita, llena de
privaciones, quedó embarazada y dejó el hijo en su casa. Ella vagaba por la
calles como una drogadicta más y en su calidad de madre soltera el mundo se le
cerraba por todos lados. Son las consecuencias de la miseria. Al final ella no
terminó la enseñanza media, fue atrapada por el vicio y tuvo un bebé con un
joven que no quería y que huyó. El padre envejecía preocupado porque para ser
un esclavo asalariado hay que poseer ciertas habilidades o alguna capacitación
y el conchito nada tenía y era un problema total. De vez en cuando la señorita
iba a la casa de sus padres a ver al hijo que abandonó y a pedir dinero.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
twitter.com/eliconoclasta63
No hay comentarios:
Publicar un comentario