Ambos vivían en la humilde comuna de Cerro Navia y se subían todas las
mañanas al metro San Pablo para dirigirse a sus labores en el centro de
Santiago, encontrándose casi todos los días. Maciel era ayudante de la peluquería “Premiun”
y Valentín era un buen técnico en computación en la multitienda “Bongiorno”. Los
dos se tenían todo tipo de referencias. Si bien sus domicilios están a menos de
dos cuadras no se conocen formalmente. Él muchas veces se sube al mismo vagón
del metro poniéndose relativamente cerca de ella, con un disimulo que ya
resulta irrisorio. Valentín está tan enamorado o embobado con la peluquera que
no sabe que estrategia desarrollar. La timidez o susto lo consume. Ella al
sentarse y caminar es tan femenina que él queda deslumbrado. Quizás cuantos
admiradores la visitan. Valentín se acuesta y se levanta pensando en ella. Maciel
no se inquieta con su vecino bien vestido y bien peinado con cara de prendado y
de vez en cuando lo mira deliberada y atentamente como generando esperanzas. Un
día con cierto descaro y en un día libre la sigue para conocer el domicilio
exacto de la peluquería, que se ubicaba en una galería de la calle Morandé. En
un acto irresponsable, algo desesperado y alocado compra flores rojas y se las
envía a la “Premiun” con una tarjeta que decía “De tu admirador diario del
metro. Tu belleza es la culpable de mi cobardía” más otras expresiones de devoción
y de disculpas por el atrevimiento. La apuesta fue completa y turbadora. Todo o
nada. En la tarjeta estaban el domicilio y fono de Valentín. Era viernes. Estando
algo aterrado asume las consecuencias de su romántico acto. Con arrojo ella lo
llama el sábado en la tarde para agradecerle las hermosas flores. Ambos estaban
nerviosos, por igual. El del domingo fue el primer almuerzo juntos de miles que
vendrían después.
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