En la casa mi madre necesitaba pan y me ofrecí
de voluntaria para ir a comprar, como muchas veces. En la fila larga había un
moreno que consideré guapo de inmediato. Y con la excusa de iniciar una
conversación y sintiéndome algo atrevida le dije: amigo, está es la fila única
de pan y abarrotes. Esa fue la primera burrada que se me ocurrió. El extranjero
me contestó gracias mamita, eres un encanto, eres muy amable y mil cosas más. Empezaron
las guiños sutiles entre los dos y la conversación subió de tono y ya sentados
en la plaza el me indicaba que sería su mayor delicia darme un beso. Yo estaba
noqueada. No sé como esa misma noche terminamos en un motel. Al ingresar al
baño cínicamente me sentí algo sucia y me reía sola. Soy una esforzada
trabajadora y supongo que me puedo dar algunos placeres carnales. La pasé bien
y me fue a dejar a una cuadra de la casa con un halago tras otro. Parecía
candidato. Yo escuchaba en silencio sin hacerle crítica alguna. En mi casa
conservadora y racista nadie supo nada de la jugada erótica. Nos dimos los
teléfonos y no nos vimos más. Yo presentía una relación complicada y me olvidé
de mi coqueta locura. Mi reputación en la oficina, en el barrio y en mi casa es
más que aceptable. Cuando estoy con depresión ingreso a la panadería sin moverme
y me sano, o paso por afuera del motel y me sonrojo. Mi madre aborrece a los
negros, a mí me gustó uno, reservadamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario