El prestigioso señor Tapia era el director de la
Corporación “Ayuda al otro”. Un hombre de familia, de fe, de grandes virtudes.
Su única debilidad era Lorena, que trabajaba cerca de su oficina en el cuarto
piso de un edificio céntrico y destacado. Lorena visitaba todos los días al
distinguido Director, y conversaban horas en un cómodo canapé comprado a la
medida, sin interrupciones y con un cuaderno de apuntes vacío. El señor Tapia
tenía avisado a todos los vigilantes y porteros, bajo amenaza, que si veían a
su esposa en la puerta cortaran el suministro eléctrico de inmediato. Tiempo suficiente
para peinarse, ordenar y remitir a su querida a su estación de trabajo. Todo estaba
calculado y los ensayos resultaron favorables. Y llegaba la esposa, cortaban la
luz, paralizaban momentáneamente toda la Corporación con más de un desastre
administrativo, y el honor del Director permanecía en lo alto. Si a un
despistado o novato portero se le olvidaba la sacra instrucción la vergüenza y
el divorcio serían demoledores. El señor Tapia también estaba notificado, bajo
amenaza. El honor se defiende a capa y espada.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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