A
penas nos saludábamos en el Liceo y ahora pretende que le visite de inmediato,
cuarenta años después. Acudí a su hogar con la premura requerida a petición de
mi madre. Emiliano estaba gravemente enfermo, se iba, y sólo quería escuchar de
mí una plegaria intensa, como la que hice una vez en la secundaria por la
sanidad del entonces querido profesor de castellano, en público. Tomé inspiración
de la gracia del cielo, como cuando era joven y vigoroso, y le supliqué a Dios
por la restauración espiritual y física de Emiliano. Al verlo llorar me di
cuenta que había renunciado a su ateísmo de primera plana. Con un profesor
sanado y un ateo menos en este mundo me anoté literalmente dos puntos, puntos que
no son míos, obviamente. Gracias Jesús.
Del blog índice LAS
SOTANAS DE SATÁN
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