Ingresaba a misa cada domingo y siempre
intentaba ponerme a dos o tres bancas de alguna señorita de buena figura. A veces
me desconcentraba por mirarla o mirarlas. La asistencia dominical era vigorosa
en esos días. No me pregunten sobre las profundidades de la homilía porque yo
estaba relativamente ausente. Después supe que otros hermanos en Cristo hacían
lo mismo con el mismo disimulo descomunal y sacro. Era una forma irreverente y
recurrente de ejercitar la fe en el mocerío. Quizás el culpable eran mis veinte
años. Sin la presencia de estas atractivas creyentes en la parroquia mi credo
menguaba notoriamente. Algunas bautizadas eran coquetas y nos estimulaban. Rezar
el padrenuestro entre puros hombres era tedioso. Lo mismo ocurría con las
procesiones, peregrinaciones y otras expresiones del credo. En la misa de la
cercana iglesia “Perpetua Virginidad de María” los adolescentes observaban a
las solteras con imaginación, las damas y monjas miraban al atractivo sacerdote
muy concentradas y el sacerdote se deshacía en atenciones con el sacristán y
futuro seminarista. Todo era un secreto a voces, claro está. Eso sí, la lectura
de las epístolas era con un rostro santo. Muchas veces las motivaciones de la
fe eran carnales, terrenales. Hay que decirlo sin ambigüedades. Otros,
generalmente los más adultos, iban a la misa de domingo sólo porque le temían
al infierno, una vez que examinaban detenidamente su hoja de vida. Querían sumar
todos los puntos posibles a su favor a la máxima velocidad. Antes de morir,
muchos bautizados se aferran a la fe con dientes y muelas, como preocupados. El
singular purgatorio era una luz, una ilusión fornida. Otros van, con cara de
arrepentidos y silenciosos, por acompañar a la esposa como haciendo alguna penitencia.
Cada católico esgrime sus excusas. No todos experimentan la religiosidad por
las mismas razones. Siempre hay algo que ganar, algo que pedir, algo que
esperar, algo que ver. Es una tradición que los más devotos te apunten con el
dedo, que te analicen con prolijidad. El punto en común en mi parroquia es que
todos participaban de la liturgia porque sus padres participaron primero. Es como
heredar el gusto por un equipo de fútbol. Hoy muchas misas están casi vacías. Se
perdió esa fe de los buenos viejos tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario