Al decenio después que
lo ordenaron sacerdote en la catedral empezó a frecuentar a Ingrid, la que
sería el amor de su vida. Después de bautizar, perdonar pecados y de predicar
de la santidad católica con convicción y fluidez, se entregaba con pasión y
erotismo a Ingrid, quien le correspondía en todo, en todas sus fantasías, año
tras año. La rutina de la parroquia no variaba y ella era religiosa en la
ingesta de pastillas anticonceptivas. Al celebrar sus 20 años de concubinato,
en el más absoluto secreto, el cura no fue capaz, y nunca lo fue, de contarle a
su amada que una vez le fue infiel, en un largo retiro espiritual que se hizo
en el sur. No tolera ver sufrir a su fogosa Ingrid, que con los años se
deprimía horriblemente, de vez en cuando, porque la clandestinidad liquida la
siquis de cualquiera. Es que ella anhelaba una familia normal y él el amor
divino.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
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