Soy una
soltera consolidada de 34 años, una master en el área. Por alguna razón los
hermosos atardeceres en la playa me duelen. Hago lo que apetezco y no sé que inventar.
Voy a donde quiero y ya no se me ocurre a donde ir. Los pretendientes de
calidad están casados o no me miran y al happy hour le borré la palabra happy. El
no tener un hombre en forma permanente ya parece castigo divino, es como estar
quebrada por dentro. Muchas suponen que la soltería no me afecta porque es un
estado de libertad que engendra placeres y desinhibiciones, que las he experimentado.
El compromiso es una atadura que ya no veo con malos ojos aunque sutilmente promueva
lo contrario con mi testimonio. Ahora aspiro a que un hombre que me guste me
mime y no hay ofertas. Al parecer todos huyeron al oler el peligro. Soy la otra
mitad de alguien que no llega o que no persuadí cuando fue el minuto oportuno,
años atrás. Él iba a ser mi protector personal. Camino bien vestida por las
calles como una reina y me acuesto como una plebeya condenada a un martirio
emocional. Otros me ven como la protagonista perfecta de la diversión, la
compañera ideal de algún brindis desarropado. Existe una asolapada presión
social, partiendo por mi madre y el reloj biológico. El individualismo es un ensayo
interesante, por un rato. Me quiero enamorar de verdad, le digo a mi lámpara. Sueño
que un hombre real se enamora de mí a morir. El terror de no encontrar a nadie
aumentó mi apetito y espero que todos los santos estén bien vestidos. La soltería
como opción te apalea de a poco. Algunas arrogantes no lo admitirán jamás, así
se estén reventando por dentro. San Valentín destroza esta perspectiva
mostrando el genuino camino de la felicidad. La terapia de soportarme me extingue. Sin amor no somos nada. Hay días en que
amanezco histérica. Un macho sin un anillo en su sedo anular es un remota esperanza.
Ese tren que se va sí existe y ser una querida es un naufragio, una vergüenza.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
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