Por mientras el
Romano Pontífice estuvo en mi país fui un hombre de fe, casi un diácono. Canté
todos los cancioneros de la parroquia, caminé muchos kilómetros y me confesé
con vigor. Hasta sentí el extraño deseo de leer con seriedad la Biblia. Escuché
todos los sermones papales sin bostezar, en una actitud escolástica y con el
corazón elevado. Claramente era un ser distinto y luminoso. Cuando el papa
móvil pasó cerca de, brotó de mí una lágrima eclesial. Hoy se cumplen veintidós
años de su santa visita. Hace veintidós años que no me confieso, que no voy a
misa.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
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