Se mató lanzándose
en un automóvil prestado desde un peñón de más de noventa metros, al cemento,
con el cinturón de seguridad puesto. El oneroso carro del año, que quedó
pulverizado e irreconocible, aún no terminaba de pagarse y portaba consigo
microscopios y elementos bioquímicos de alto valor, de propiedad de terceros,
que también fueron aniquilados. Lamentablemente hay que subrayar que no existía
ningún seguro comprometido. No se disponen de recursos que costeen un funeral
fachendoso, según el presuntuoso perfil del esqueleto. La abnegada esposa,
endeudada hasta el cogote en las multitiendas, bancos y en los supermercados,
con sus ágiles tarjetas de crédito, quedó en el desamparo y también con varios
meses impagos en el arriendo de la lujosa morada en la que residía con su amado
esposo e hijos. Con el suicida volador la botillería perdió un cliente fiel. Locales
comerciales, socios, parientes, hermanos en la fe, colegas, amigos,
vecinos y peregrinos se quedaron con cuentas incobrables, algunas de gruesos montos.
Es que el aristócrata de plumavit nunca pagaba y nunca encontró el negocio que
lo hiciera millonario en una semana, y eso lo frustró mortalmente. Con cierto
pundonor, este burgués maltrecho y nocturnal prefirió partir al más allá con
glamour que ser condenado a dos siglos de prisión por sus delitos económicos.
Las apariencias engañan, te seducen.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
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