Adolfina era adinerada y muy educada. Su padre era un empresario
reconocido. No era millonaria mas por su buena situación económica accedió a la
mejor educación que incluía clases de piano, viajes al extranjero y los buenos
modales. Pretendía ser profesora con el propósito de ingresar al negocio de la
educación. El padre planeaba comprarle un colegio particular, a pequeña escala
al principio. Sí, Adolfina era un poco obesa y carente de hermosura. En cambio
Paolo era un galán en la Facultad de Pedagogía y vio en la simpática Adolfina
un futuro prometedor. Era tan pobre que no resistió la tentación de enamorarse
de ella. La madre tenía la remota esperanza de que todo terminara al concluir
los estudios. Apenas encontró empleo como profesor, recién titulado, le pidió
la mano a Adolfina, que aceptó de inmediato. La madre casi se desmaya y el
padre casi la deshereda. Aceptaron la boda a regañadientes, sin apoyo económico.
Por medio del clásico subsidio Paolo accedió a una vivienda en un barrio
humilde, con gente demasiado común. Ella lo amaba mas no toleraba las
costumbres o exabruptos de los residentes. Escupían en la calle, ponían la
radio con un volumen elevado toda la noche, no limpiaban la caca de los perros
y mil más. Adolfina tomó la decisión de no entablar amistad con los vecinos y
menos participaría de los regados cumpleaños. Esperaba un golpe de suerte o
algo así. Todos la conocían por la vecina que nunca sonreía y que a veces
saludaba, sin entusiasmo alguno. Era demasiado seria, tosca. Lloraba en
silencio mientras interpretaba a Mozart en un rincón de su pieza. Con el tiempo
recibió alguna ayuda monetaria de los padres por el nieto que nació y nada más.
Con Paolo no hay dificultades. Nunca vivió en el barrio alto y en música
clásica es un ignorante. Como defensa central del equipo de la villa funcionaba
mejor. Al final Adolfina nunca se acostumbró a relacionarse con la gente común.
Se sentía incómoda de inmediato. Era muy educada. Adolfina estuvo más de
cuarenta años sin sonreírle a los vecinos. Su taciturna alma se deprimía con
facilidad. La madre de Adolfina tampoco sonreía demasiado cuando su hija la
invitaba al cumpleaños de Paolo. Lo único que exigía la madre es que nunca
fuera invitada a celebrar los aniversarios de boda de Paolo y Adolfina, que
nunca se divorciaron. Ella lo soportó hasta el final, estoica. Cuando una vez
el padre de Adolfina vio la liquidación de sueldo de Paolo comprendió de
inmediato la tanta melancolía de su hija, que iba a ser empresaria.
Del blog índice LAS
SOTANAS DE SATÁN
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