Estábamos concluyendo el liceo con ilusiones, que no poseían ningún
sustento, claro está. Cuando egresé, en aquellos años, no sabía ni utilizar una
máquina de escribir. Era el inepto ideal, como mis cándidos compañeros de
curso. De los cuarenta y dos alumnos seis ingresaron a la universidad de la
ciudad y sólo cuatro se titularon. Con nostalgia recuerdo las homilías de mi
profesor jefe que nos inundaba con su romántico optimismo diciéndonos “ustedes
son el futuro de Chile”. Por alguna extraña razón le escuchábamos con tanta atención
que no volaba una mosca ¿El profesor era un profeta? Olvidamos el himno de ese
liceo fiscal de periferia y la insignia se engomó en mi velador para recordarme
mi origen y mi cuantía. De todos, treinta y cinco alumnos fuimos mal pagados
toda la vida. Éramos obreros, choferes, administrativos u otros. Éramos los
candidatos correctos a los malos empleos. Cierto resentimiento, que no te
miente, es un compañero de toda la vida. En la escuela básica todos íbamos a
ser abogados, ingenieros, arquitectos o médicos. Las madres, los profesores y
los tíos alimentaban con entusiasmo el cuento de ciencia ficción. La élite
comprendió que era necesario que los vasallos fuesen educados. Así producen
más. Todos debíamos creer que la enseñanza media completa del liceo fiscal era
una enseñanza media completa. Ese era el truco de los siglos. Algunos hicieron
un posgrado al interior de una botella de vino y otros en alguna esquina
intimidante. El futuro fue una broma de mal gusto, una sátira del gobierno, de
los propietarios de la república. En cuarto medio usábamos zapatos lustrados y
una corbata. Al año después algunos usaban una pala y bototos polvorientos. Los
pobres marchan por la alameda con una bandera chilena en la mano derecha y una
mentira histórica en el corazón. Desde el balcón presidencial el títere de
turno saluda con fe. Cuando el atorrante despierta ya es tarde, demasiado
tarde. La incesante rueda del infortunio recibe una vez más con una sonrisa socarrona
a las próximas generaciones ¿Por qué pensé que prosperaría? ¿por qué mi novia
me creyó y no me dijo nada? ¿dónde compré tantas toneladas de idiotez de
acero?¿por qué mi tía, que me decía que me amaba, insistía en que yo iba a ser
importante cuando adulto? La existencia es una estafa, el modelo político una
cloaca. Ayer me pensioné como chofer y estoy juntando dinero para reparar de
una buena vez la puerta de entrada a mi casa de barrio pobre. El profesor no
era un profeta.
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