En su calidad
de comisario el capitán Vélez fue asignado al pueblo Punta Montaña de menos de
3 mil habitantes. Había poca delincuencia y mucho frío por culpa de las
montañas. Y si bien en el aburrido pueblo el quehacer económico era disminuido
las actividades protocolares eran sagradas e irrenunciables. El carismático alcalde
invitaba al capitán a todas las actividades formales y reuniones posibles.
Inclusive fue invitado como amigo a la boda de la hija mayor y a la primera
comunión de su hija menor. El influyente alcalde era sensible y perder su
amistad sería una imprudencia costosa. Además, la buena educación era una tradición
entre los oficiales de los carabineros. Vélez se miraba al espejo y se sentía
cualquier cosa menos un sabueso persiguiendo a los pocos ladrones y
contrabandistas de esa frontera. A veces se deprimía por el contexto de su
presente función de capitán de policía. Rechazarle un brindis a la insistente y
amada autoridad edilicia era un desaire imperdonable. Tanto se acostumbró el
capitán Vélez a sentarse en la primera fila con su esposa en los desfiles,
marchas, actos, juegos y actividades sociales que mejoró su relación
matrimonial. En la terrible capital como teniente nunca tenía la oportunidad de
salir con su señora. En Punta Montaña no se despegan. Dado el reinante
escenario solicitó formalmente al alto mando capacitaciones en relaciones
humanas, protocolo y tradiciones ancestrales. Más que un intimidante policía
era todo un diplomático. Con todos y en todos los lugares y circunstancias era
muy educado. Nadie discutía su caballerosidad. Lo más grave que vio en la
pacífica y religiosa Punta Montaña fue oír cantar rancheras borracho al
simpático sobrino del alcalde toda una noche con la corbata en su sitio. Toleró
el long play completo con amabilidad y paciencia y hasta se tentó en hacer
juego de voces con el ebrio e improvisado barítono. Sin que se considere un
sarcasmo podríamos decir que el capitán Vélez fue ascendido a mayor cantando
rancheras.
Del blog índice LAS
SOTANAS DE SATÁN
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