Atrapado por mi vanidad y sed interior ingresé a la
catedral de Sevilla para orar. Al ver tanto oro me vi atrapado por la codicia y el
deseo de ser millonario. No pude comenzar mi plegaria y mentalmente empecé a
invertir y a comprar. Es que con tanto oro uno piensa en cualquier cosa menos
en ser lleno del Espíritu Santo. Me dio la impresión que para el clero el
pesebre es sólo un mal recuerdo. Me dieron ganas de decirle al obispo de
Sevilla: “vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”. Tuve miedo a que
llamara a la policía y callé. En la homilía predicaba del ayuno y el
desprendimiento y me reí de tal forma que el diácono quería expulsarme de la
lujosa catedral. Es que estoy casi seguro que la expresión “sed sobrios” es
bíblica. Creo que servir a Dios y al oro es complejo. Después el obispo
reflexionaba sobre los cesantes y los pobres de España y elevó una oración con
lágrimas por los hambrientos. Me tapé a tiempo la boca con mis manos. No le
entendí muy bien eso de andar en el espíritu y no en la carne. Ingresé a la
casa de oración preocupado por mi terrible vanidad y salí pensando: “vanidad de
vanidades, todo es vanidad”. La lujuria por el oro es un vicio milenario. Seguramente
necesitan un exorcista ¿Quién habrá donado voluntariamente y por amor a la iglesia tanto oro? Oro, oro, oro, la iglesia es un tesoro.
Del
blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
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