Don
Vittorio era el único propietario por herencia de la empresa metalmecánica
“Metalvi”, y con ya sesenta años de edad quedó embrujado con un vendedora de
treinta conocida por todos como la Morocha. El fogoso romanticismo entre
Morocha y el empresario fue veloz como breve fue el intercambio de vocablos.
Todo se concretó en una semana. Vittorio compró un departamento a nombre de la
empresa e instaló a su joven y envolvente amante con muebles y lujos. Morocha
era ambicionada por muchos y no la iba a perder por tacaño. Además, no sabía si
estaba alucinado o enamorado, tal vez las dos. El empresario la visita en el
almuerzo casi todos los días hábiles con siesta incluida. Los fines de semana
se dedican a la sagrada familia. El amorío y la pasión se consolidaron en doce
años de relación clandestina, bajo una discreción profesional. Él la atendía
como a una reina, que se convirtió en una geisha que le costaba gruesas sumas
de dinero. Mas él era exitoso con Metalvi y no le importaba quemar sus últimos
cartuchos sexuales con una dama coqueta y fervorosa que lo consentía. Ambos no
se proyectaban juntos y ella intentaba ahorrar pero lo gustaba mucho viajar,
comprar vestidos caros y otros, que Vittorio le pagaba con cheques en medio de
bailoteos íntimos. Dinero que ella tenía en sus manos lo gastaba. Estaba consciente
de la irresponsabilidad en sus finanzas personales, tal vez porque vivía cada
día con intensidad y no siempre con Vittorio. En forma absolutamente repentina
un sábado cualquiera a don Vittorio le dio un ataque al corazón y falleció. El
lunes el contador de Metalvi le comunicó a Morocha que tenía doce horas para
abandonar el departamento o la viuda iba a llamar a la policía. La empresa y el
departamento pertenecían ahora a los nuevos herederos. Morocha se fue de
inmediato y se quedó sin vivienda, sin remesa, sin viajes, sin vestidos, sin
regalías, sin funeral y sin ahorros, porque nunca previó que su sano y
divertido Vittorio partiría al más allá en menos de lo canta un gallo, contra
todo pronóstico. Ella tiene 43 años y los admiradores que gastan en sus amantes
casi no existen. Hay un cambio de época. El dueño de Metalvi era de una estirpe
que se fue para siempre, un caballero de los antiguos que financiaba a sus
queridas. Morocha, al presente más reflexiva, entre la depresión y la
desesperanza pretende inventar una actividad laboral que le dé el sustento,
prometiéndose ahorrar hasta el último centavo, desvinculándose del despilfarro,
para que la vejez no sea un melodrama. La responsabilidad es la madre de la
prosperidad y el ahorro es sacrosanto. Más vale entenderlo tarde que nunca.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
http://lassotanasdesatan.blogspot.com
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