Éramos novios jóvenes
y asistíamos a misa todos los domingos. Y entonces ella me comunica lo que
insinuaba con vigor y ciertas dudas hace meses. Había tomado la elevada y beata
decisión de ser monja, de las hermanas del pío sacramento, con 18 años de
edad. En su casa todos eran católicos. Y se fue un 1 de febrero a aquella
ciudad pidiéndome que elevara profundas plegarias por su llamado del Señor, por
la que sería la futura sor Frida. Yo respetando su decisión con mucho dolor y
amor participé de cadenas de oraciones, de novenas, de cuanta peregrinación
aparecía y rezaba como nunca, por ella, absolutamente todos los días, sin
excepción, y como mi amada me enseñó y me lo solicitó, con ternura eclesiástica.
Desde mi espíritu aceptaba con resignación que la Madre Iglesia necesitaba a
Frida a su lado más que yo y seguir enamorado como un bobo de una novicia es
obsceno, pecaminoso. Hasta que el 4 de marzo de ese mismo año y en plena
rogativa fervorosa por la religiosa me doy cuenta de reojo que Frida estaba en
al patio de la capilla comentándole a un amigo que su vocación apostólica se
había terminado definitiva e irreparablemente, hace un mes. Algo fatal la
desilusionó. Tal vez un sacerdote se tentó al ver su hermosa figura y
coquetería. Si no me entregó detalles por algo será. Yo me enfadé mucho con
Frida porque me obligó a ser un hondo devoto de la fe por un mes y cuando la conocí
era un agnóstico. Escuchaba las homilías influenciado por ella. Algunos ya
pensaban que yo era diácono, al verme tan espiritual y rezador. Nuestro amorío
se esfumó y los dos abandonamos las misas por diferentes motivos, buscando
nuestro destino. La fe quedó en estado vegetal.
Del blog índice LAS
SOTANAS DE SATÁN
No hay comentarios:
Publicar un comentario