martes, 9 de mayo de 2017

NOTICIA DE ÚLTIMA HORA


En el barrio de periferia “El Ofrendero” unos traficantes apuñalaron por error a un humilde bodeguero de nombre Rony de treinta y años y estando botado en el suelo una ágil reportera, que estaba casualmente cerca, alcanzó a entrevistarlo en vivo para la radio “Escarmiento” antes de que llegara la ambulancia, acompañado de dos compañeros de trabajo y muchos curiosos.                                                                -¿Don Rony que sintió en la puñalada? –pregunta la perspicaz periodista-.
-Mucho dolor señorita, demasiado –contesta un Rony que se retuerce-.
-¿El narcotraficante le dijo algo?
-Sí. Me dijo: “Te voy a matar hijo de perra, por traidor”.
-¿Y usted que le contestó?
-Señorita periodista, nada alcancé a responder porque me apuñaló de inmediato, atravesándome –el sufrimiento era ya insostenible-.
- Don Rony, ¿qué le parecen el narcotráfico y los asesinatos en “El Ofrendero”?
-Muy mal señorita periodista, muy mal –contestó un agónico Rony que se desmayó de tanto padecimiento.
Tanto se demoró la ambulancia en llegar que el humilde Rony murió de camino al hospital. Un cadáver más, sin mayor importancia. Nadie quiere ingresar al peligroso barrio “El Ofrendero”, ni siquiera los policías o candidatos a diputado. La espontánea y audaz entrevista en vivo se hizo famosa y sirvió de prueba en el tribunal para nadie terminara en la cárcel.













EL APOSTOLADO DE LA MATERNIDAD



Clementina nació y creció muy pobre, con un padre bebedor de vino tinto. Se casó a los veinte años con un obrero desheredado con el cual tuvo dos hijos y muchas penas. Como nunca estudió por falta de oportunidades trabajaba de nana o garzona indistintamente, gambeteando las carestías que se presentaban en su vivienda social todas las semanas. Desde que su marido se marchó para siempre sus horas laborales se incrementaron y sus hijos quedaron medianamente abandonados al cuidado de la abuela y de un jardín infantil estatal. El tejido de la pobreza es de hierro. Efraín, el mayor quedó atrapado entre las drogas y las visitas a la comisaría y Malena quedando embarazada a los quince trabajaba esporádicamente y sin mucho entusiasmo, y no estudiaba. Cada año que pasaba el desconsuelo de Clementina se hacía insostenible. Sus desordenados y rebeldes hijos no tenían ningún espíritu de superación. La estrechez no siempre es una buena excusa. Otros vecinos jóvenes del mismo barrio algo progresaron. Los ruegos al cielo fueron inútiles y adivinaba el desastre que se les venía. Les pedía de rodillas que hicieran algo decente por la vida y nada. Los vicios favoritos de sus retoños eran la cerveza y la desidia. El nieto va por el sendero de sus ancestros, lamentablemente. Es la tenebrosa herencia, sin notarios. La necedad nunca abandonó el humilde hogar de una Clementina que se estresaba cada día más. La angustia la llenó de fármacos y lágrimas. La impotencia de ver la destrucción pausada de sus hijos un día cualquiera la envió al hospital. La desesperación sí es capaz de liquidar a un ser humano. Cuando le comunicaron, cuatro meses más tarde, que condenaron a su hijo por robo a cinco años de prisión se desmayó y le dio una hemorragia cerebral compleja. Murió sin paz al mes siguiente. Su sistema nervioso expiró. Ahora su afligida alma descansa. Es el apostolado de la maternidad. Literalmente Clementina sufrió y sucumbió por sus hijos. Entregó hasta su última gota. Luchó todos los meses de su existencia como madre por sus retoños, hasta el final. Nunca levantó la bandera blanca, nunca se rindió. Los amó sin condiciones. No alcanzó a cumplir los sesenta años. Falleció en el campo de batalla. Cerró los ojos con una fotografía en su mente de sus hijos y nieto. La carestía los demuele sin piedad. El inanimado Estado no berreó, el señor ministro completó una estadística. La patria perdió a una madre de la más alta calidad. Sólo una madre comprende el dolor profundo de otra. La república dio vuelta la hoja sin compasión. En la lápida de Clementina no hay ninguna condecoración.





lunes, 8 de mayo de 2017

AMOR EN LAS SOMBRAS


Ambos vivían en la humilde comuna de Cerro Navia y se subían todas las mañanas al metro San Pablo para dirigirse a sus labores en el centro de Santiago, encontrándose casi todos los días. Maciel era ayudante de la peluquería “Premiun” y Valentín era un buen técnico en computación en la multitienda “Bongiorno”. Los dos se tenían todo tipo de referencias. Si bien sus domicilios están a menos de dos cuadras no se conocen formalmente. Él muchas veces se sube al mismo vagón del metro poniéndose relativamente cerca de ella, con un disimulo que ya resulta irrisorio. Valentín está tan enamorado o embobado con la peluquera que no sabe que estrategia desarrollar. La timidez o susto lo consume. Ella al sentarse y caminar es tan femenina que él queda deslumbrado. Quizás cuantos admiradores la visitan. Valentín se acuesta y se levanta pensando en ella. Maciel no se inquieta con su vecino bien vestido y bien peinado con cara de prendado y de vez en cuando lo mira deliberada y atentamente como generando esperanzas. Un día con cierto descaro y en un día libre la sigue para conocer el domicilio exacto de la peluquería, que se ubicaba en una galería de la calle Morandé. En un acto irresponsable, algo desesperado y alocado compra flores rojas y se las envía a la “Premiun” con una tarjeta que decía “De tu admirador diario del metro. Tu belleza es la culpable de mi cobardía” más otras expresiones de devoción y de disculpas por el atrevimiento. La apuesta fue completa y turbadora. Todo o nada. En la tarjeta estaban el domicilio y fono de Valentín. Era viernes. Estando algo aterrado asume las consecuencias de su romántico acto. Con arrojo ella lo llama el sábado en la tarde para agradecerle las hermosas flores. Ambos estaban nerviosos, por igual. El del domingo fue el primer almuerzo juntos de miles que vendrían después.





viernes, 14 de abril de 2017

CREO QUE ES EL AMOR DE MI VIDA


Ambos teníamos trece años y cursábamos el séptimo básico en la Escuela 1. Fuimos conversando y conociéndonos en los recreos y en las plazas. Lisa iba en un curso distinto. Los fines de semana nos juntábamos en hogares alternados. Cada uno ponía su casa para la siguiente fiesta. La ciudad en ese entonces era segura. Yo la observaba como un idiota y hasta los floreros se daban cuenta. De la noche a la mañana me convertí en un discípulo de Romeo. A ella le agradaba bailar conmigo y siempre estaba cerca y eso me trastornaba. Quería suponer que nuestro amor estaba predestinado. No podía ser de otra forma. No creía en las coincidencias. Una noche, no sé de donde tomé valor y la invité a conversar al balcón y le pedí, colorado entero y avergonzado, que fuera mi polola. Ella guardó un aterrador silencio y me dijo que lo pensaría una semana y que me contestaría el próximo sábado en la noche, en la siguiente fiesta. No hice objeciones. Bailamos unos lentos y me fui a mi casa escoltado por ángeles cantores. Mi hermano mayor se reía y me daba un muy buen pronóstico porque cuando la respuesta es no las mujeres lo expresan de inmediato. Las probabilidades y las estadísticas estaban a mi favor. Esa semana se me hizo un año, una película de terror. En el recreo escolar intercambiábamos gestos y palabras y mi cara de enamorado era todo un exceso, un espectáculo. Me comí todas las uñas hasta que llegó el esperado sábado en la noche, con luna llena, además. Lisa, bien vestida y perfumada me llamó a un lado algo escondido y me dijo que sí, que aceptaba ser mi polola y entonces la besé, rodeado de nubes. No podía creer lo que me sucedía y trataba de calmarme. Esa noche no nos separamos ni por un segundo. Para mí Lisa lo era todo y nada más había o existía en este mundo. En el recreo estábamos juntos con discreción. Caminaba al lado de ella como si fuera su sombra y le escribía un poema todas las semanas. Yo no era normal. Todos ya sabían que Cupido pasó por el séptimo grado. La severa inspectora no aceptaba los amoríos en la prestigiosa Escuela Fiscal 1. Era noviembre y se acercaban la navidad y las vacaciones en nuestra querida Arica, llena de playas y sol. Lisa obviamente era mi futura novia y esposa. Todo en mí estaba resuelto y no conjeturaba otras alternativas. Mi hermano ya no se reía tanto y al verme embobado me pedía calma y que caminara más despacio. Ese año nuevo que pasé en la playa Chinchorro con Lisa fue soñado. Toda la ciudad se iba a la playa a ver los fuegos artificiales. Lisa se aprovechó de despedirse temporalmente porque se iba de vacaciones a Viña del Mar junto a su tío Evaristo. Me entristecí. Nos escribíamos todas las semanas hasta que en una oportunidad me comunicó que se matricularía en marzo en una escuela viñamarina. El padre de Lisa fue ascendido en la empresa y se fue de Arica por siempre. El drama en mi vida comenzaba y mi hermano se preocupaba más. Nos prometimos mil cartas pero desde mayo de ese mismo año ya casi no me escribía y yo por dentro me moría y le supliqué que me dijera la verdad o de lo contrario iría a la ciudad jardín a buscarla personalmente. Entonces ella me señaló con claridad que amaba a un joven de catorce años que cursaba primero medio en su colegio y que salían juntos desde mayo. Era el segundo mazazo. Primero se me iba y segundo ya no me amaba en lo más mínimo. Lisa me olvidó, el cataclismo es completo. Comprendí porque el Apocalipsis es tan popular. La que iba a ser mi esposa y el amor de mi vida era nada. Terminé mi octavo año sin recomponerme del todo. Me sentaba en los lugares que nos habíamos sentado juntos sin olvidar ninguno, abrazando el aire. En la secundaria también besé y bailé con otras señoritas y borré de la memoria casi todo. Terminé la universidad y hallé un buen empleo en Santiago y de repente me encuentro cara a cara con Lisa en el Paseo Ahumada. Los dos teníamos veinticinco años. La conversación fue rutinaria y mi respiración fue siempre normal porque no sentí nada especial, absolutamente nada. Con una taza de café bastó. Era otro y ella se veía distinta, sin esa chispa del séptimo grado. No inquirí en mayores detalles. Me reconoció con agrado que la amé como un genuino loco. Ambos seguíamos solteros. Nos despedimos y no le pedí su número de teléfono y no nos volvimos a ver. La que fue el amor de mi vida y que me había generado ilusiones y tormentos se había ido, ya no existía. Cuando paso por la Escuela 1 recuerdo con cierta nostalgia tonta a la que iba a ser mi cónyuge, mi Julieta. Lisa me dijo que todos mis poemas estaban bien guardados en una caja y yo como poeta soy y fui un desastre garantizado.










miércoles, 12 de abril de 2017

OTRO ÁNGULO DE LA FE


Ingresaba a misa cada domingo y siempre intentaba ponerme a dos o tres bancas de alguna señorita de buena figura. A veces me desconcentraba por mirarla o mirarlas. La asistencia dominical era vigorosa en esos días. No me pregunten sobre las profundidades de la homilía porque yo estaba relativamente ausente. Después supe que otros hermanos en Cristo hacían lo mismo con el mismo disimulo descomunal y sacro. Era una forma irreverente y recurrente de ejercitar la fe en el mocerío. Quizás el culpable eran mis veinte años. Sin la presencia de estas atractivas creyentes en la parroquia mi credo menguaba notoriamente. Algunas bautizadas eran coquetas y nos estimulaban. Rezar el padrenuestro entre puros hombres era tedioso. Lo mismo ocurría con las procesiones, peregrinaciones y otras expresiones del credo. En la misa de la cercana iglesia “Perpetua Virginidad de María” los adolescentes observaban a las solteras con imaginación, las damas y monjas miraban al atractivo sacerdote muy concentradas y el sacerdote se deshacía en atenciones con el sacristán y futuro seminarista. Todo era un secreto a voces, claro está. Eso sí, la lectura de las epístolas era con un rostro santo. Muchas veces las motivaciones de la fe eran carnales, terrenales. Hay que decirlo sin ambigüedades. Otros, generalmente los más adultos, iban a la misa de domingo sólo porque le temían al infierno, una vez que examinaban detenidamente su hoja de vida. Querían sumar todos los puntos posibles a su favor a la máxima velocidad. Antes de morir, muchos bautizados se aferran a la fe con dientes y muelas, como preocupados. El singular purgatorio era una luz, una ilusión fornida. Otros van, con cara de arrepentidos y silenciosos, por acompañar a la esposa como haciendo alguna penitencia. Cada católico esgrime sus excusas. No todos experimentan la religiosidad por las mismas razones. Siempre hay algo que ganar, algo que pedir, algo que esperar, algo que ver. Es una tradición que los más devotos te apunten con el dedo, que te analicen con prolijidad. El punto en común en mi parroquia es que todos participaban de la liturgia porque sus padres participaron primero. Es como heredar el gusto por un equipo de fútbol. Hoy muchas misas están casi vacías. Se perdió esa fe de los buenos viejos tiempos.












martes, 11 de abril de 2017

EL TREN MÁGICO


Desde niño vi como los jóvenes del campo se subían con esperanzas al tren en la estación “Riachuelo” que los trasladaba a Santiago, a la gran capital en busca de nuevas oportunidades o tal vez como una forma de alejarse de la inmutable desventura agrícola. Algunos hablaban de un gran futuro. En ese campo el trabajo consistía en someterse al látigo de don Aurelio o nada, que junto a su familia eran los dueños de la tierra en aquellos años. Cuando crecí yo me subí con fe al tren mágico casi sin pensarlo con una pena de mi madre y un consejo rudo de mi padre de que “la vida es demasiado dura” sin importar en donde resida el cándido peón. En Santiago, después de batallar muchos años, terminé viviendo hacinado en un cité de la periferia con mi familia. Era un obrero de la construcción esquivando el hambre con malabares. El empresario Lorca nos pagaba mal porque la mano de obra barata sobraba. En todos lados era lo mismo. La pobreza fue mi compañera desde la cuna, en la pocilga cerca del río, hasta mi insignificante partida. En la existencia hay que tomar decisiones definitivas y yo opté por el tren mágico que casi siempre me generó la sensación de que huía de las carencias de mi niñez. Esa energía fue útil. Y no iba a regresar derrotado a “Riachuelo”. En el bar era difícil definir cual historia era más desconsoladora que la otra. Cada botella era una tragedia griega, la clase obrera y campesina lo eran. La desnutrición era un problema nacional, una vergüenza. La desdicha era el adn de casi todos mis compatriotas. Cual más cual menos éramos todos piojentos. Fanfarronear era irrisorio. Las excepciones habitaban en barrios lejanos y bien protegidos. Cada uno se subía o inventaba un tren mágico. Los había de diferentes colores y dimensiones. Era el fármaco natural y poético del postergado, junto al vino. La imaginación estaba repleta de estaciones de trenes que nos llevaban a sitios espaciosos y florecientes. Cuando dejé de creer en el ferrocarril por ser viejo vi a un joven subirse a uno y a una madre llorar. Guardé un respetuoso silencio. La esperanza renacía. El ciclo de la vida real es insufrible, los ciclos de nuestras fantasías son tolerables y nos despegan del suelo por periodos indeterminados.







domingo, 9 de abril de 2017

GESTIONANDO UN CUPO EN EL MÁS ALLÁ


Artemisa, de sesenta años estaba preocupada porque su enferma madre Irma de ochenta y cinco se estaba despidiendo de este mundo. Logró traer a un sacerdote a la casa para los últimos sacramentos y la inquietud continuaba porque Irma en su juventud fue algo desordenada y aventurera y en esa época era insostenible. Fue una madre aceptable y liberal, adelantada a su tiempo. También invitó a un vecino evangélico y elevó las pertinentes plegarias por su madre. Unos mormones que golpearon su puerta también hicieron lo mismo. No sé cuantas personas y credos oraron por Irma. Artemisa no dejaba pasar ninguna oportunidad piadosa. También compró unas flores a la Virgen del Carmen y San Judas Tadeo, el santo de los imposibles. Cuando Irma falleció se sintió un poco aliviada en lo personal. Gestionó e hizo todo lo posible para que el tránsito al más allá de su progenitora fuera sin dificultades, sin baches. No quería que esa alma se perdiera por la negligencia de una hija. No hay peor trámite que aquel que no se realiza. Materializó todo lo que estuvo a su alcance. Irma ya descansa en paz. En estos momentos la mayor preocupación de Artemisa, que también participó de manchas notorias, es ella misma y se pregunta con un espíritu jadeante ¿quién formalizará mi viaje al más allá con la misma viveza y diligencia? Dada su soledad su angustia se incrementaba con el pasar de los veloces meses. Es que por miedo a equivocarse no quería apostar todas sus fichas a una sola confesión de fe. Era muy arriesgado y un error en esta área es fatal. Anhelaba estar al lado de su madre y no sabía a quien encargarle la tan delicada misión de las pluralistas últimas plegarias y tareas. Y como no confiaba en nadie su desasosiego se extendía. Todos los días le pesan. Es que con la eterna alma humana no se juega.

sábado, 8 de abril de 2017

EL ROCKERO INVENCIBLE


El “coroco” nació escuchando rock and roll. Su mamá era fanática de Elvis y de Bill Haley y sus cometas. Y como poseía una destreza musical considerable su apego y vicio por la guitarra no se hicieron esperar. Siguiendo su natural indocilidad adolescente quería experimentar algo más potente, y fue más allá. Formó la banda de rock pesado “Mausoleo” en las que interpretaba éxitos extranjeros y algunos propios. En la ciudad los metaleros duros formaban una comunidad, una congregación o una secta, como dirían otros. Como terminó la secundaria en un politécnico como técnico contable trabajaba en una empresa privada de día, encubriendo sus tatuajes. De noche el “coroco” era un guitarrista aplaudido y apreciado y se juramentó con otros ser metaleros hasta el fin, ser consecuentes siempre. El metal se lleva por dentro. El sentimiento era poderoso y profundo. No ganaba casi nada de dinero porque el público metalero leal y disciplinado era poco en la ciudad y la recaudación penosa, escueta. Ahí conoció a Piedad, que llegó por curiosidad a escuchar a los metaleros y le llamó la atención el vehemente guitarrista de “Mausoleo”. El amor y los besos fueron rápidos, y sinceros. Cuando ella quedó embarazada armaron una pieza especial en la casa del rockero de clase media. No se casaron porque el amor y el niño no necesitan papeleos. Una vez ella fue a comprar al centro e ingresó inesperadamente a la casa el baterista del grupo que elevó el volumen de la radio metalera y el bebé se despertó llorando. No era la primera vez que ocurría. Otra vez Piedad regañaba al “coroco” y le suplicaba que abandonara ese ensordecedor y endemoniado estilo. Le rogaba que conformara una banda de cumbia o salsa y que trabajara en un local nocturno por una remuneración que les ayudara realmente. La salsa, el merengue y la cumbia tenían muchísimos clientes y aficionados adultos con billetes en el bolsillo. El dinero y el talento se atraen. Para ella que un guitarrista de treinta años insista en un estilo que empobrece y que le revienta los oídos a cualquiera era ya inaguantable. Piedad le seguía implorando y en más de una oportunidad pensó en abandonarlo mas amaba a su guitarrista y administrativo de bajo perfil. No estudiaba más porque su pasión lo absorbía. Pasaron los trienios y todo continuó igual. La existencia de la familia fue plana. No había un futuro para ella o para su hijo y había en el hogar un músico capaz que no agachaba su cabeza ante el dinero o ritmos bailables que insultaban sus hondos principios rockeros. La música popular transaba, se vendía. Ser de una sola línea, enfrentando los duros momentos de la vida, siempre es difícil. Un día, cuando el “coroco” cumplió cincuenta años de edad fue premiado públicamente por la comunidad metalera por su gran aporte al rock pesado de la ciudad. Más de treinta años junto a “Mausoleo” levantando las banderas de la rebeldía le dieron cierto prestigio y reconocimiento. El “coroco” nunca se prostituyó. Era como un monje del rock. El “coroco”, emocionado, prometió seguir siendo consecuente y coherente con la controvertida música pesada hasta el último día, sin importar las peripecias, las privaciones o las desgarradoras críticas. Piedad, que no quería saber nada de la premiación, se enfadó una vez más y una vez más de nada sirvió. Dicen que el “coroco” murió con una guitarra negra en las manos. A pesar de que perdió parte de su capacidad auditiva, fue fiel a su pasión. Son pocos los hombres consecuentes.















lunes, 27 de marzo de 2017

LAS SECUELAS DE HABITAR EN LAS NUBES


Estábamos concluyendo el liceo con ilusiones, que no poseían ningún sustento, claro está. Cuando egresé, en aquellos años, no sabía ni utilizar una máquina de escribir. Era el inepto ideal, como mis cándidos compañeros de curso. De los cuarenta y dos alumnos seis ingresaron a la universidad de la ciudad y sólo cuatro se titularon. Con nostalgia recuerdo las homilías de mi profesor jefe que nos inundaba con su romántico optimismo diciéndonos “ustedes son el futuro de Chile”. Por alguna extraña razón le escuchábamos con tanta atención que no volaba una mosca ¿El profesor era un profeta? Olvidamos el himno de ese liceo fiscal de periferia y la insignia se engomó en mi velador para recordarme mi origen y mi cuantía. De todos, treinta y cinco alumnos fuimos mal pagados toda la vida. Éramos obreros, choferes, administrativos u otros. Éramos los candidatos correctos a los malos empleos. Cierto resentimiento, que no te miente, es un compañero de toda la vida. En la escuela básica todos íbamos a ser abogados, ingenieros, arquitectos o médicos. Las madres, los profesores y los tíos alimentaban con entusiasmo el cuento de ciencia ficción. La élite comprendió que era necesario que los vasallos fuesen educados. Así producen más. Todos debíamos creer que la enseñanza media completa del liceo fiscal era una enseñanza media completa. Ese era el truco de los siglos. Algunos hicieron un posgrado al interior de una botella de vino y otros en alguna esquina intimidante. El futuro fue una broma de mal gusto, una sátira del gobierno, de los propietarios de la república. En cuarto medio usábamos zapatos lustrados y una corbata. Al año después algunos usaban una pala y bototos polvorientos. Los pobres marchan por la alameda con una bandera chilena en la mano derecha y una mentira histórica en el corazón. Desde el balcón presidencial el títere de turno saluda con fe. Cuando el atorrante despierta ya es tarde, demasiado tarde. La incesante rueda del infortunio recibe una vez más con una sonrisa socarrona a las próximas generaciones ¿Por qué pensé que prosperaría? ¿por qué mi novia me creyó y no me dijo nada? ¿dónde compré tantas toneladas de idiotez de acero?¿por qué mi tía, que me decía que me amaba, insistía en que yo iba a ser importante cuando adulto? La existencia es una estafa, el modelo político una cloaca. Ayer me pensioné como chofer y estoy juntando dinero para reparar de una buena vez la puerta de entrada a mi casa de barrio pobre. El profesor no era un profeta.







domingo, 26 de marzo de 2017

DIÁLOGOS DENSOS Y EXTENSOS CON MI LÁPIDA


No quiero pensar en la muerte, no me agrada dialogar del más allá porque nada habría después de expirar. Reflexionar sobre mi residencia en el cementerio me amarga, me embrolla. En la tumba sólo hay oscuridad y gusanos que se alimentan de mi ser. Es preocupante que tanto religioso centre parte de su vida y de su credo en las consecuencias de la defunción con sesudos análisis y comentarios. De esta triste finitud pasamos a una bulliciosa eternidad? No lo sé. Cuando veo mi lápida con mi nombre me asusto, aunque no lo reconozca públicamente. Días enteros he girado alrededor de mi ataúd consumido por la ansiedad y la duda. Es que tengo que ser un escéptico consecuente, cumplir con el perfil del intelectual posmoderno. No veo ninguna luz al final del túnel. Cuando estoy solo con mi alma mi fallecimiento no me genera ningún regocijo, es más, al pensar en mi funeral me complico entero, en silencio. Me gustaría decir que cuando uno se muere todo termina y la historia concluyó. Hay una voz que a veces dentro de mí me grita con angustia que la muerte es la fecha más importante en la sempiterna existencia del hombre. Es un evento transcendental. Sí, el alma es inmortal. Otros hasta celebran todo lo que viene a continuación del deceso con una seguridad impresionante. A mí no me agrada demasiado hablar de las defunciones y cada vez que diviso en mi mente mi lápida, que parece que desea notificarme de algo, me pongo demasiado nervioso.






BESOS CARGADOS DE RESIGNACIÓN


Adolfina era adinerada y muy educada. Su padre era un empresario reconocido. No era millonaria mas por su buena situación económica accedió a la mejor educación que incluía clases de piano, viajes al extranjero y los buenos modales. Pretendía ser profesora con el propósito de ingresar al negocio de la educación. El padre planeaba comprarle un colegio particular, a pequeña escala al principio. Sí, Adolfina era un poco obesa y carente de hermosura. En cambio Paolo era un galán en la Facultad de Pedagogía y vio en la simpática Adolfina un futuro prometedor. Era tan pobre que no resistió la tentación de enamorarse de ella. La madre tenía la remota esperanza de que todo terminara al concluir los estudios. Apenas encontró empleo como profesor, recién titulado, le pidió la mano a Adolfina, que aceptó de inmediato. La madre casi se desmaya y el padre casi la deshereda. Aceptaron la boda a regañadientes, sin apoyo económico. Por medio del clásico subsidio Paolo accedió a una vivienda en un barrio humilde, con gente demasiado común. Ella lo amaba mas no toleraba las costumbres o exabruptos de los residentes. Escupían en la calle, ponían la radio con un volumen elevado toda la noche, no limpiaban la caca de los perros y mil más. Adolfina tomó la decisión de no entablar amistad con los vecinos y menos participaría de los regados cumpleaños. Esperaba un golpe de suerte o algo así. Todos la conocían por la vecina que nunca sonreía y que a veces saludaba, sin entusiasmo alguno. Era demasiado seria, tosca. Lloraba en silencio mientras interpretaba a Mozart en un rincón de su pieza. Con el tiempo recibió alguna ayuda monetaria de los padres por el nieto que nació y nada más. Con Paolo no hay dificultades. Nunca vivió en el barrio alto y en música clásica es un ignorante. Como defensa central del equipo de la villa funcionaba mejor. Al final Adolfina nunca se acostumbró a relacionarse con la gente común. Se sentía incómoda de inmediato. Era muy educada. Adolfina estuvo más de cuarenta años sin sonreírle a los vecinos. Su taciturna alma se deprimía con facilidad. La madre de Adolfina tampoco sonreía demasiado cuando su hija la invitaba al cumpleaños de Paolo. Lo único que exigía la madre es que nunca fuera invitada a celebrar los aniversarios de boda de Paolo y Adolfina, que nunca se divorciaron. Ella lo soportó hasta el final, estoica. Cuando una vez el padre de Adolfina vio la liquidación de sueldo de Paolo comprendió de inmediato la tanta melancolía de su hija, que iba a ser empresaria.



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jueves, 23 de marzo de 2017

EL CELOSO PERRO GUARDIÁN


En su calidad de comisario el capitán Vélez fue asignado al pueblo Punta Montaña de menos de 3 mil habitantes. Había poca delincuencia y mucho frío por culpa de las montañas. Y si bien en el aburrido pueblo el quehacer económico era disminuido las actividades protocolares eran sagradas e irrenunciables. El carismático alcalde invitaba al capitán a todas las actividades formales y reuniones posibles. Inclusive fue invitado como amigo a la boda de la hija mayor y a la primera comunión de su hija menor. El influyente alcalde era sensible y perder su amistad sería una imprudencia costosa. Además, la buena educación era una tradición entre los oficiales de los carabineros. Vélez se miraba al espejo y se sentía cualquier cosa menos un sabueso persiguiendo a los pocos ladrones y contrabandistas de esa frontera. A veces se deprimía por el contexto de su presente función de capitán de policía. Rechazarle un brindis a la insistente y amada autoridad edilicia era un desaire imperdonable. Tanto se acostumbró el capitán Vélez a sentarse en la primera fila con su esposa en los desfiles, marchas, actos, juegos y actividades sociales que mejoró su relación matrimonial. En la terrible capital como teniente nunca tenía la oportunidad de salir con su señora. En Punta Montaña no se despegan. Dado el reinante escenario solicitó formalmente al alto mando capacitaciones en relaciones humanas, protocolo y tradiciones ancestrales. Más que un intimidante policía era todo un diplomático. Con todos y en todos los lugares y circunstancias era muy educado. Nadie discutía su caballerosidad. Lo más grave que vio en la pacífica y religiosa Punta Montaña fue oír cantar rancheras borracho al simpático sobrino del alcalde toda una noche con la corbata en su sitio. Toleró el long play completo con amabilidad y paciencia y hasta se tentó en hacer juego de voces con el ebrio e improvisado barítono. Sin que se considere un sarcasmo podríamos decir que el capitán Vélez fue ascendido a mayor cantando rancheras.



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domingo, 12 de marzo de 2017

SED SOBRIOS



Atrapado por mi vanidad y sed interior ingresé a la catedral de Sevilla para orar. Al ver tanto oro me vi atrapado por la codicia y el deseo de ser millonario. No pude comenzar mi plegaria y mentalmente empecé a invertir y a comprar. Es que con tanto oro uno piensa en cualquier cosa menos en ser lleno del Espíritu Santo. Me dio la impresión que para el clero el pesebre es sólo un mal recuerdo. Me dieron ganas de decirle al obispo de Sevilla: “vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”. Tuve miedo a que llamara a la policía y callé. En la homilía predicaba del ayuno y el desprendimiento y me reí de tal forma que el diácono quería expulsarme de la lujosa catedral. Es que estoy casi seguro que la expresión “sed sobrios” es bíblica. Creo que servir a Dios y al oro es complejo. Después el obispo reflexionaba sobre los cesantes y los pobres de España y elevó una oración con lágrimas por los hambrientos. Me tapé a tiempo la boca con mis manos. No le entendí muy bien eso de andar en el espíritu y no en la carne. Ingresé a la casa de oración preocupado por mi terrible vanidad y salí pensando: “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. La lujuria por el oro es un vicio milenario. Seguramente necesitan un exorcista ¿Quién habrá donado voluntariamente y por amor a la iglesia tanto oro? Oro, oro, oro, la iglesia es un tesoro.


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NO SEAS CATÓLICO
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martes, 28 de febrero de 2017

MARINERAS EN ACTITUD BELICOSA


Por un acto de justicia divina las mujeres ingresaron a la marina de guerra. Es importante tener detrás de los cañones a mujeres con buena puntería cuando comience la masacre de militares y civiles inocentes ¿Qué sería de una sangrienta guerra sin la insoslayable presencia femenina? ¿Cómo no se nos ocurrió antes? En los bombardeos y en los desembarcos cruentos las hembras cumplen una labor ineludible. En el manejo del corvo son insuperables. Los combates son despiadados y ellas lo saben bien. Están preparadas. En tiempos de paz el buque “Popea” zarpó desde Valparaíso con un contingente femenino en una misión secreta y estratégica de siete meses. El primer mes no hubo ninguna dificultad con el sexo opuesto, sólo camaradería. Del tercer mes en adelante los machos empezaron a sufrir. Sabían que detrás de esa pared al interior del buque habían mujeres jóvenes y atléticas, y muy simpáticas algunas. Algunos se quebraban la cabeza pensando en como espiarlas sin ser sorprendidos. Varias comentaron en el almuerzo que dormían semidesnudas por el calor. Algunos varones estaban a punto de estallar, de enloquecer, en un heroico mutismo. La castidad entre puros varones es una obligación sin salida, pero con la presencia de jovencitas guapas con uniforme y bien peinadas todo cambió. Muchos ya no logran concentrarse y sueñan día y noche que le cubierta es un motel con bar abierto. Los fogosos jóvenes ya no piensan en un eventual conflicto bélico. Están con toda su mente en placeres terrenales clásicos. Sólo espero que al momento de dispararle al enemigo no se descoordinen demasiado y disparen hacia adelante. Con tanto celibato a algunos se le nubla la vista. Al quinto mes un marinero conjeturaba que secuestraba a una navegante que era particularmente femenina, delgada y agraciada. Todos rieron de buena gana. Son todos poetas y dibujantes. Más de uno solicitó una visita al psiquiatra. Cuando las doncellas del Popea hacen ejercicios o algún deporte la pasión de los jóvenes renace. Cualquier asomo de vocación sacerdotal desaparece rápidamente. Ver a una mujer que está dispuesta a desangrarse por la amada patria es sufrir, sufrir por amor, por amor a las cinturas del sexo opuesto. Cada día que pasa es más fácil y más veloz desnudarlas con la mirada. Una que no era bella hoy es una actriz de cine. Las arenas de la playa también quieren conocer la dulzura de las guerreras indomables. Los marineros las seducen en silencio, cantando el himno del Popea. Soportar la tortura fortalece el carácter.






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http://lassotanasdesatan.blogspot.com


lunes, 27 de febrero de 2017

CARTAGENA



Primero siendo niño y después siendo adolescente iba a la playa chilena de Cartagena. A pesar de la pobreza la felicidad se presentó todos esos veranos. Me bañaba en las tibias aguas de la playa, tomaba sol, comía bien, iba a la discoteca y me divertía con otros jóvenes santiaguinos pobres como lo era yo, que también vivían en la periferia y asistían a escuelas públicas. Mi abuela Chepa, de mucho mejor situación económica, se apiadaba de mí y me pagaba parte de mis vacaciones arrendándome una pieza colindante con ella en una residencial. La juventud se fue para siempre mas la pobreza parece ser eterna como el alma. Los aristócratas poseen sus casas en playas de alcurnia y no se mezclan con el populacho. Tu condición económica, tu clase social, tu futuro, dependen de tu apellido, no de los discursos demagógicos de los senadores o de la agenda social que está subordinada al modelo impuesto por la elite. No viajaba al extranjero ni estudiaba en escuelas particulares e igual fui feliz, y sin dinero. No se como ocurrió. Nunca me di cuenta que todo era una trampa de los amos del país. Siendo viejo me paro en la playa de Cartagena y lloro porque esa inocente o tonta felicidad se desvanece con las ataduras de un empleo que no alterará mayormente mi condición. La pobreza en Chile es un círculo perfecto y hermético. Casi nadie sale de ahí. Las nuevas generaciones de jóvenes atorrantes van a la playa y se lanzan al mar felices con carcajadas sinceras que contagian a cualquiera. Las abuelas extenderán esas sonrisas hasta donde sea posible.



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EL AHORRO ES SINÓNIMO DE RESPONSABILIDAD



Don Vittorio era el único propietario por herencia de la empresa metalmecánica “Metalvi”, y con ya sesenta años de edad quedó embrujado con un vendedora de treinta conocida por todos como la Morocha. El fogoso romanticismo entre Morocha y el empresario fue veloz como breve fue el intercambio de vocablos. Todo se concretó en una semana. Vittorio compró un departamento a nombre de la empresa e instaló a su joven y envolvente amante con muebles y lujos. Morocha era ambicionada por muchos y no la iba a perder por tacaño. Además, no sabía si estaba alucinado o enamorado, tal vez las dos. El empresario la visita en el almuerzo casi todos los días hábiles con siesta incluida. Los fines de semana se dedican a la sagrada familia. El amorío y la pasión se consolidaron en doce años de relación clandestina, bajo una discreción profesional. Él la atendía como a una reina, que se convirtió en una geisha que le costaba gruesas sumas de dinero. Mas él era exitoso con Metalvi y no le importaba quemar sus últimos cartuchos sexuales con una dama coqueta y fervorosa que lo consentía. Ambos no se proyectaban juntos y ella intentaba ahorrar pero lo gustaba mucho viajar, comprar vestidos caros y otros, que Vittorio le pagaba con cheques en medio de bailoteos íntimos. Dinero que ella tenía en sus manos lo gastaba. Estaba consciente de la irresponsabilidad en sus finanzas personales, tal vez porque vivía cada día con intensidad y no siempre con Vittorio. En forma absolutamente repentina un sábado cualquiera a don Vittorio le dio un ataque al corazón y falleció. El lunes el contador de Metalvi le comunicó a Morocha que tenía doce horas para abandonar el departamento o la viuda iba a llamar a la policía. La empresa y el departamento pertenecían ahora a los nuevos herederos. Morocha se fue de inmediato y se quedó sin vivienda, sin remesa, sin viajes, sin vestidos, sin regalías, sin funeral y sin ahorros, porque nunca previó que su sano y divertido Vittorio partiría al más allá en menos de lo canta un gallo, contra todo pronóstico. Ella tiene 43 años y los admiradores que gastan en sus amantes casi no existen. Hay un cambio de época. El dueño de Metalvi era de una estirpe que se fue para siempre, un caballero de los antiguos que financiaba a sus queridas. Morocha, al presente más reflexiva, entre la depresión y la desesperanza pretende inventar una actividad laboral que le dé el sustento, prometiéndose ahorrar hasta el último centavo, desvinculándose del despilfarro, para que la vejez no sea un melodrama. La responsabilidad es la madre de la prosperidad y el ahorro es sacrosanto. Más vale entenderlo tarde que nunca.



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viernes, 24 de febrero de 2017

PROFESOR UNIVERSITARIO DE ESTÁNDAR EXCELSO



El profesor Riesco, doctor en Física, es una eminencia en la facultad, una vaca sagrada. Como vicepresidente del Comité de Ética da sendas charlas sobre el correcto proceder y las buenas costumbres en cientos de aulas y sitios. Hasta que un día ingreso a su corazón la codicia, por la puerta ancha. Le llevó poco tiempo planificar el como robarle sutilmente su casa inmensa a su anciana madre. Este hijo único le hizo firmar varios documentos con mentiras, trucos y abogados, apropiándose de su vivienda lujosa sin que nadie supiera, ni ella. La señora Rosaura residiendo en un rincón del hogar de su hijo cada cierto tiempo le rogaba volver a su casa, que ya no existía porque había sido vendida por el vicepresidente del Comité de Ética que utilizó los millones para invertir, viajar y divertirse. La señora Rosaura no comprendía por que era imposible retornar a esa casona en donde construyó su vida entera. Anhelaba volver a dormir allí. Eran sesenta años de remembranzas e historias invaluables, hasta que falleció. Riesco siempre le señalaba que olvidara su viejo hogar y que por seguridad y por sus años lo más recomendable era estar cerca de su unigénito. Ella se fue de este mundo sin propiedad alguna y él se quedó sin ética ninguna.


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