sábado, 31 de diciembre de 2016

BORRACHOS EMPERIFOLLANDO EL MUNDO


Los cinco oficinistas se juntaban en el bar filosófico El Escolástico, único en su especie en la capital. Entre cerveza y whisky comentaban el quehacer del globo. Y como eran buenos lectores el debate de estos oficinistas de salario mediocre se inspiraba con las ingesta y el pasar de las horas. Realizaban severas interpelaciones a la política exterior de los Estados Unidos, a la concentración de la riqueza, a los casos de corrupción, a la manipulación de los medios, a las incoherencias sorprendentes del mundo religioso y mucho más. También analizaban el fútbol y las cinturas de las modelos y damas famosas. No todo iba a ser tan serio. Peleaban entre sí con cierta pasión y sin insultos. Las diferencias políticas eran las más sabrosas. En el Escolástico nadie gritaba o era maleducado. Cuando alguien se deprimía o se ponía a sollozar era siempre por el mismo motivo. La competencia en el mercado estaba dañando a la empresa donde trabajaban y la posibilidad de quiebra o que los cinco fueran despedidos era cierta. Uno de ellos tenía cuatro hijos y más de cincuenta años y veces lloraba solo. La sola palabra desempleo lo hundía en la desesperación. Y como las deliberaciones justicieras del quinteto no ejercían ninguna influencia fuera de su mesa se frustraban un poco. Así que concluida la jornada de dominó y observaciones puntillosas un taxi los dejaba en su casa. Había dos que siempre llegaban a su morada totalmente borrachos y rozaban el divorcio. En la insegura oficina eran unas hormigas laboriosas y en el Escolástico unos polemistas de estirpe que intimidaban a cualquiera.


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viernes, 16 de diciembre de 2016

MI HIJO NUNCA SE DESTAPÓ


Cuando Carlos iba al jardín infantil siempre se demoraba en las tareas y en los dibujos. Era un niño inquieto y a veces particularmente retraído. Como las parvularias no tenían las capacitaciones apropiadas Carlos ingresó a la escuela básica con algunos vacíos. Se tardó más de la cuenta en aprender a leer y a multiplicar. Siempre iba quince pasos atrás. La pedagogía es limitada. Por alguna razón ningún especialista me ha explicado adecuadamente por que no se motivaba. Tal vez era un artista o algo parecido. En la enseñanza media la historia fue repetida, egresó con dolores de cabeza y plegarias y no ingresó a la universidad. No descarto la posibilidad de que la pantalla haya liquidado sus capacidades recónditas. No lo eduqué con firmeza y valores. Mi hijo Carlos siempre soñaba que era un ingeniero que construía portaviones y yo como buena madre nunca lo desalentaba, es más, le compraba juguetes en esa dirección. Un especialista me aconsejó que le mostrara otras alternativas para evitar frustraciones inalterables porque la ciencia aún no avanza lo suficiente para reparar las dificultades innatas de Carlos. Le dio una depresión de tal magnitud que lleva tres años encerrado en su cuarto dedicado a su facebook y a la televisión. Hace dos años encontró a una dulce señorita que es muy similar a él. Con su enamorada conversan de todo tardes enteras y parece que también sobre lo que el destino les depara. Como madre estoy angustiada. Nada lo estimula y cree que es humillante e injusto trabajar por un salario mediocre. Es un joven de convicciones duras. Carlos levantó con ímpetu y desplante las banderas de la rebeldía.


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martes, 6 de diciembre de 2016

DE UNA SOLA LÍNEA


Soy un hombre consecuente. Siempre me confieso de los mismos pecados. Mi visita al confesionario es cada domingo. De lunes a sábado me divierto con la discreción que el decoro recomienda. El desenfreno se practica con la puerta bien cerrada. No es que esté loco, lo que me sucede es que si no lavo mi alma un domingo me siento como un perro podrido, tan simple como eso. El mismo sacerdote me ve y me absuelve de lo mismo casi sin escucharme. Con santa paciencia me ha dado mil consejos. Hago las penitencias con respeto y me miro para adentro, siguiendo el guion del párroco al pie de la letra, con reverencia. Soy el único que reza el avemaría al revés. Lo mío ya parece un número repetido de televisión. Y si bien siento dolor por el pecado también me divierto como chancho en el lodo. Soy honesto al ingresar al templo y al ingresar a la jarana. El sacramento me aumenta esa gracia santificante que nunca diviso, me quita las ganas de pecar y ofender a Dios, por unos minutos. Salgo de la casa de Dios y empiezo a dibujar y planear impurezas que no debo señalarlas en público, con fervor. Con tantos exámenes de conciencia que me he realizado ya soy un perito en el área. Soy un hombre de una sola línea. Siempre me confieso de lo mismo, con fe, con un rosario de plata en la mano.


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