Empecé fumando por monería en la secundaria, el no hacerlo era ser casi un antisocial, un desadaptado. En la discoteca, en la fiesta éramos súbditos del cilindro nicotinoso, que contiene hasta alquitrán. El glamour del humo es una carnicería. Nunca respeté el aire puro del prójimo. Me agradaba promocionar los derechos de los otros, sin sonrojarme. Con cuarenta y cinco años y a un suspiro del mausoleo repasé mi biografía, con insólita seriedad y respeto. Sentir el olor de mi ataúd me transformó y presumí de ser un pequeño Platón. Nunca abandoné el vicio, nunca pude. Con altivez yo era de los que aseguraba que no era un tiranizado, el sepulturero opinaba exactamente lo contrario. La tabacalera es una organización criminal reglamentad dedicada a ganar miles de millones de dólares con clientes imbéciles como yo. El cigarro es una bala lenta que los corruptos políticos no combaten. Cada tumba es una suma importante de centavos. Hay universitarios inteligentes que también fuman. Cada año las empresas tabacaleras fabrican su propio genocidio exterminando a más de 6 millones de personas por año aproximadamente. Millones de dólares a cambio de millones de muertos. El negocio es redondo y jugoso. Del cigarrillo pasamos o acompañamos a otros vicios y licencias. Antes de expirar dañé mis pulmones, corazón, dientes, condición física y más. Era un completo asco y nunca fui bacán. Otras multitudes de tarados rigurosos heredarán mi mala calidad de vida y nada verán más allá de la punta de sus narices, creyéndose astutos, como siempre. Cuando la muerte divisa una cajetilla grita su victoria con locura y seguridad. Compilo mi testimonio y no descanso en paz. El cigarro es el humo del descerebrado de bajo perfil.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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