Mi ángel de la guarda se sosegó, descuidó sus rondas de vigilancia o tal vez se hastió de mis disparates, burradas y trasnoches. Cuando me mira languidece y nada hay en mí que lo anime, que lo estimule a seguir laburando. Soy un caso perdido, un condenado. Después del pronosticado desastre no bajó la vista porque mi ángel sí cumplió con sus deberes, y en un acto de honestidad dimitió. Al final también me acompañaba a todos lados, con una cara larga hasta el piso. Pidió que le asignen a otro con urgencia. La depresión lo va a reventar. Y yo que le compré tontamente una bebida energética porque deduje que dormía.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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