Después de veintidós años de matrimonio Anselmo despide en el camposanto a su joven y primera esposa Melisa, fallecida a los treinta y nueve años de edad por un cáncer, que los unió vigorosamente los últimos ocho meses. Terminaron siendo un solo ser. Partió a la presencia del Señor con la compañía de un sacerdote. Concluido el duelo y esa soledad que el hombre no soporta, comenzó a galantear a Gladys, tres años después, madre soltera que también terminó adorándolo. Se casaron, capturando una dicha que sólo era interrumpida cada trimestre por los celos enfermizos y destemplados de la nueva compañera. Un día la temperatura subió al máximo.
-Anselmo, ¿me amas?
-Mujer, otra vez con lo mismo.
-Dime si me amas o no con vigor, por favor.
-Gladys, por milésima vez, sabes que te amo, no lo preguntes tanto.
-¿Estás seguro de tu inmenso cariño?
-Sí, lo estoy. Sí, sí, sí, sí, sí.
-Entonces contéstame con claridad y mirándome sin pestañear: ¿a quién amas más? ¿a Melisa o a mí?
-Otra vez con esa cantinela. Tu pregunta es un contrasentido. Melisa falleció hace seis años y mi cónyuge ahora eres tú. Tú sabes que a ella la amé en su momento, te lo confesé con sinceridad.
-Y si tu primera esposa estuviera viva y aquí, ¡¿a cuál de las dos escogerías?!
-Gladys, tu sicólogo no nos ha servido y tu encerrona emocional es un absurdo. En su momento quise a Melisa y ahora a ti. Tu rival es un fantasma, reside en el más allá.
-¡¿Soy yo la mujer que más has amado en toda tu vida, dímelo ya?!
En sus momentos de extrema frustración pensaba que una visita concisa a la casa de Orates no era una alternativa ridícula.
Exceptuando sus enloquecedores e intermitentes celos, Gladys era una esposa descomunal y fogosa y el católico Anselmo no toleraba ni las separaciones ni las mentiras, así que reuniendo todos los detalles posibles de sus dos matrimonios se propuso resolver con premura y acuciosidad a que mujer amó, ama o amaría más, con la seriedad que el caso ameritaba. Cualquier conclusión derivará en Gladys como la gran triunfadora, obviamente, con fuertes argumentos, y así terminaría con sus desgarros internos, con la chifladura inquietante. El dilema se resolvería con astucia y altura de miras. En el área del corazón las mujeres son sensibles y cualquier paso en falso del varón trae desenlaces impredecibles. Calculó bien. Anselmo era un ángel. Se acurrucaron los dos viendo una película romántica y el matrimonio siguió adelante. Cada vez que era necesario Anselmo contenía la respiración, caminaba despacito. Nunca la contradecía. Cuando se acordaba de su primera esposa no se lo contaba ni al viento.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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