En este manicomio todos los días son idénticos porque soy un número más, una inyección más para la rijosa enfermera. Me recluyeron por tener mis facultades mentales algo perturbadas y el alma limpia. Nunca hice ningún daño. Era el clásico estorbo de la familia y los vecinos. Allá afuera la gente normal se mata, se alcoholiza y se deprime permanentemente por eso, porque es estándar. Cierta locura es productiva, artística, conveniente. Las medicaciones del psiquiatra me transformaron en un esclavo de sus drogas. El facultativo empeoró mi situación emocional y física. Juraría ante un notario que así fue. No deseo residir allá afuera porque me asusto mucho y a ellos este sitio les aterroriza como si fuéramos un misil pío. En este mundo sádico y paranoico mi supuesta locura es todo un problema. El psiquiatra, que jamás ha sanado a un enfermo mental en su carrera, soluciona todo encerrándonos o enriqueciendo al farmacéutico. Él es la autoridad científica en asuntos mentales y todos le obedecen. Eso sí, acá adentro todos somos drogadictos en diferentes niveles. Yo fallecí el día que ingresé a este macabro lugar. La muralla de la compostura es la que nos separa, siempre. Somos una minoría dura. Los relegamos. En un mundo escéptico e irreverente los trastornos se están normalizando.
Del blog índice LAS
SOTANAS DE SATÁN
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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