De repente fallecí, en un tonto accidente automovilístico nocturno, porque otro no vio el disco “pare”. No alcancé a rubricar mi testamento, a despedirme, a arrepentirme, a pagar la cuota del banco. Morí a alta velocidad junto a un inocente peatón. Mi funeral fue emotivo, tal vez por el impactante choque de mi camioneta. En ese momento varios presentes concluyeron que yo era una buena persona, casi al unísono y por piedad. A diez años de mi fulminante adiós algunos aún recuerdan mi nombre o quien era, a veces, cuando ven un vehículo despedazado. Con un hijo alocado mi madre se resignó, desde mucho antes. Pasé por esta vida casi como si no hubiese existido. Fui un terrícola irrelevante, un atarantado más, una hoja más del chúcaro viento, a pesar de la gran noticia que fue mi partida de esta dimensión temporal. En el cementerio tuve mis quince minutos de fama. Nunca tasé la existencia adecuadamente. No me sirve de nada hacerlo en este momento.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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