Siempre ingresaban los mismos veinte creyentes a la parroquia que se ubicaba al frente de mi casa, sagradamente, cada domingo y algunos festivos. Por morbosidad o empalago, a veces yo misma los enumeraba, hasta con nombres, en este pueblo pequeño. Las variaciones o novedades eran pocas. Tal vez alguna visita o alguien que faltó por razones de fuerza mayor. No hay atrasos o improvisaciones. Las conversiones fogosas a Jesucristo son una montaña inexplorada. Un domingo es la fotografía del otro, por los menos en los últimos diez años, que han sido parejos, en donde todos son respetuosos y reverentes. No hay ovejas nuevas y sólo unos pocos muertos. El párroco podría hacer la misa con los ojos cerrados. La congregación del templo a nadie molesta, casi pasa desapercibida. Son muy pacíficos y afables. Por alguna extraña razón, no me dan deseos de ingresar al camino de esa fe, aunque reconoceré que mis domingos también son lineales, y a veces tediosos. Algo les falta, algo me falta.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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