LAS GERBERAS DE CADA SÁBADO EN LA MAÑANA

Hugo esa mañana, tempranísimo, tuvo una gran pelea con su esposa, embarazada de tres meses. La bella Anahí había sido coqueta en su adolescencia y versada en la cumbia. Se casó con un ingeniero constructor exitoso quince años mayor, que era celoso. La discusión terminó con gritos, agravios y amenazas, una vez más. Hugo la veía arreglada y linda y se preocupaba, porque siempre tuvo admiradores, a pesar de que no había indicios de una mala conducta de su cónyuge, que estaba dedicada totalmente a su casa, a su marido, a su primogénito y al que venía en camino. Ella se sulfuraba con tanta acusación caprichosa. Se casó con él porque lo amaba, entre variadas proposiciones que recibió. Hugo se fue a su oficina a las 7.30 am, después de un último insulto infundado y un sonoro portazo. Ella le propuso asistencia profesional, visitar al párroco y nada. Era un buen hombre y creyente que a la primera sospecha imaginaria se transformaba en otro, extraviando el decoro y el respeto. Como novio fue un santo. La linda figura de Anahí lo mantenía atento y a veces psicótico, sin evidencia alguna. A las 11:45 recibe una llamada del hospital. Anahí se iba de este mundo. Se resbaló en la regadera, tal vez por el estrés y las ofensas. Cuando llegó Hugo al pabellón su galana cónyuge ya estaba muerta. El funeral fue terrible y la culpa lo embargó de por vida, porque lo obrado no tenía perdón posible. Durante cada sábado a las 9 am él le llevaba gerberas a su esposa, sus flores preferidas. Arrodillado frente a su tumba le pidió perdón de todas las formas posibles, durante décadas y nada ocurría. Era un reo perpetuo. No aceptaba esa tesis que señala que el perdón divino existe. Su primogénito ya mayor intentaba consolarlo y no lo lograba. Miraba las fotografías de su sonriente y dulce Anahí y la impotencia lo roía. Ridículas conjeturas fueron el autor intelectual de un fallecimiento inesperado y brutal. Anahí siempre fue inocente de todas las imputaciones.



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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE