Con o sin presupuesto los gastos sociales prescindibles se cubrirán. Con deuda, con más emisión o con lo que se les ocurra. Si con el déficit aumentan la inflación y la pobreza no importará. Lo relevante es no bajar el gasto público aunque la ruina esté a la vuelta de la esquina. El aplauso rápido va primero. La demagogia es un dios que exige adoración, que le prendan velas. Sin con el aumento del salario mínimo aumenta el desempleo tampoco importará. Es bello sicológicamente sentir que tu salario mínimo creció y que los izquierdistas celebren, no mirando la carestía de frente. Alaban a la demagogia con rostros de intelectual. La irresponsabilidad es la bandera de la flota. El aumento de precios es un impuesto a los pobres, a los vulnerables. Me aumentaron el salario y mi poder adquisitivo bajó. Es la irónica realidad que te golpea la cara. Vender un riñón para comprarle un celular de última generación a un hijo es una falacia, un salvajismo. Terminada la pobreza se asoma la miseria. El ajuste fiscal duele el alma mas ingresar a pabellón es una urgencia, con un cirujano enfocado y profesional. Los populistas ven en el presupuesto fiscal de cada año un dulce de chocolate. Se ponen nerviosos, expectantes. La eficiencia es un disparate fascista. Contratar a amigos y devotos del sector en el aparato del Estado, financiar el credo filosófico y las campañas, asegurar el futuro de los biznietos, infiltrarse en las licitaciones, realizar traspasos brujos, son tentaciones irresistibles. El que gasta sin mirar la billetera es un traidor a los vilipendiados. La izquierda es pan duro para hoy y hambre para mañana. La demagogia posee millones de fieles que peregrinan hacia el barranco, cantando su himnario melancólico y empobrecedor.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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