En noviembre de 1967 el Partido Socialista de Chile aprueba en el Congreso marxista de Chillán la violencia como método legítimo y venerable de lucha para alcanzar el poder y no salir de ahí jamás. Basta de titubeos, basta de esa tibieza infructuosa de la socialdemocracia. Las elecciones periódicas no ponen a los vilipendiados en la casa de gobierno, son un circo. Cada revolucionario criollo portará en su corazón una metralleta, granadas y miguelitos, sin huir. Se defenestrará sin dilaciones la trampa de la democracia burguesa que ha engañado al cándido pueblo por siglos. La radicalización es la respuesta única de los valientes, de los esclarecidos. Un opositor extinto es una estrella más en el firmamento. Cuando el profeta Fidel vino a Chile a capacitar a los futuros combatientes y héroes rojos les explicó que evaporarse al primer cañonazo es inaceptable. El MIR y otros facciosos defendieron al presidente Allende desde lejos, sin riesgos. Nadie se enteró. Allende murió sólo como un perro, luchando valerosamente. Sin sangre no hay revolución, predicaba Fidel desde su yate personal moderno con camarotes, bar y televisión. La lucha de clases no posee miramientos ni escrúpulos. Los compañeros instalarán el Estado Revolucionario con fuego y arrebato. Una guerra civil estaba garantizada, era parte del ineludible proceso. El pueblo se armará y masacrará el aparato burocrático y militar del maldito estado burgués. Hay que asesinar a millonarios, empresarios, fascistas, generales y lo que estorbe. El paredón se frotaba las manos y el colchón también. La oligarquía marchará al camposanto. Los procesos pacíficos, respetuosos y civilizados son infecundos. Se desenvainará la espada, la Historia nos llama. La epifanía liberadora es incluyente. Los proletarios bien discipulados perforarán a balazos a los enemigos del paraíso revolucionario, sin misericordia. La piedad es de los débiles. Atacaremos al imperialismo norteamericano y nos subordinaremos al imperialismo ruso, con humildad. Contagiados por la sublime revolución cubana el guerrillero huaso peleará por los explotados en cada calle y rincón, sin pensar en arrancarse. Los octubristas leen con reverencia el acuerdo de Chillán de 1967, es un catecismo. Los explotadores y las masas de explotados no pueden coexistir pacíficamente. Uno de los dos fenecerá en esta guerra trascendental interna. A pesar de la violencia desatada, del resentimiento de acero, del odio ciclópeo a los empresarios, de la inflación desenfrenada, del despelote insuperable, de la deslealtad con Allende, de los sermones encendidos y esquizofrénicos, de los saqueos imprecisos, de las expropiaciones agitadas, de las amenazas intensas, de la pereza laboral, de las marchas día por medio con o sin motivo, del empobrecimiento de las clases populares a paso lento y seguro, de la repartición de boinas y del caos inmanejable, el gobierno de la Unidad Popular no instauró la Revolución. La demencia socialista terminó de un solo golpe y el psiquiátrico fue clausurado. El socialismo ha sido carestía en el alma, en el pensamiento y en el bolsillo.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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