El ataque criminal ese 18 de octubre de 2019 a las estaciones de metro fue coordinado, preciso, profesional y brutal. Santiago de Chile debía caer. El estallido social comenzaba con esa violencia extrema que es el regocijo de la izquierda clásica no titubeante. Cuba, Venezuela, el narcotráfico, los comunistas y los delincuentes fueron los protagonistas de tan magna obra maligna. La orden era reventar al legítimo presidente Piñera y el estado de Derecho y todo residuo de decencia. Si pierden una elección las urnas no valen nada. Eso de la alternancia en el poder es un cuento fascista. Ese día se concentró el odio al límite, la tirria. Los involucrados y simpatizantes fueron los anarquistas, los drogadictos idealistas, los universitarios amaestrados, los cogoteros, los irreverentes, los tarados, los diáconos de la socialdemocracia, los perros fracasados, los resentidos impermeables, los envidiosos y la escoria en general. Chile despertó al principado del mal, a la venganza delirante. Se coludieron periodistas corruptos y medios, artistas adoctrinados, algunos partidos políticos, el lumpen, dirigentes repletos de ira, los asaltantes, una grey anestesiada y los traidores de siempre. La izquierda coherente siempre ha sido golpista, agresiva, intolerante. Usan el disfraz de demócratas a la perfección. En pleno desarrollo del caos y de los atentados del octubrismo la mal llamada izquierda democrática guardo silencio y respeto. Terminadas las llamaradas y los saqueos los socialistas criollos volvieron a predicar del pluralismo y los valores republicanos con una faz de mármol. Los allendistas probos rememoraban las glorias del pasado. El congreso marxista de Chillán se recuperó de su letargo y envió las homilías pertinentes a su rebaño rojo timorato. El desmadre de la Unidad Popular era un aliciente. El Frente Amplio fue el tonto útil y el motor político del momento por mientras los comunistas redactaban el Mamarracho que autorizaba a robarse Chile completo dentro de la legalidad, instalando una tiranía irreversible. Con el golpismo octubrista restauraron la fe, el credo primigenio, la militancia ortodoxa, el discurso beato, la valentía descaminada. Esperan la próxima oportunidad para incendiar el país, vestidos de niños de primera comunión. Sí, la izquierda siempre ha sido golpista, con un disimulo estético elaborado por los decenios. Se engolosinan con el cinismo y la verborrea hechicera.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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