Mi compañero Adriel de la universidad llegó a mi casa para que le prestara mi copia anillada del libro “Introducción a la Microeconomía”, que era imposible de encontrar. En aquellos años no había internet ni nada. Por mientras bebíamos unas gaseosas evaluábamos con solvencia las cinturas de las alumnas de la Facultad, conversábamos de fútbol y otras banalidades hasta que miró el reloj y dijo:
-Tengo que irme, debo comprarle atún al gato malcriado de mi madre.
-Tranquilo, yo tengo un atún en mi refrigerador. Te lo regalo.
- Disculpa, mi gato no come de esa marca -señaló Adriel cortésmente observando el producto ofrecido por mí, el dueño de casa.
Sin más Adriel se despidió, con el libro anillado debajo del brazo. Sin pretenderlo un micifuz que no conocía hizo una estratificación social de calidad. Puso a algunos habitantes en su sitio. Siempre fui pobre y creo que lo sabía. No era necesario que la marca de mi atún me lo recordara pero así fue. Al principio fue embarazoso. El gato me dio un golpe de realidad lanzándome agua helada en la cara, de una. No es que el minino fuera tan refinado. El atorrante desenmascarado fui yo, sin clemencia.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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