El pastor Fangal comenzó en una iglesia pequeña. Con los años fue creciendo gracias a su locuacidad y carisma. Antes eran decenas de seguidores, hoy son miles. La corporación evangélica posee varios templos, una radio, una televisora, un centro de eventos, otras inversiones y propiedades. Todos los activos son administrados por sus hijos y hermanos. Es un negocio familiar boyante. Con los diezmos y ofrendas se forman los capitales iniciales de cada rubro. La instrucción del pastor presidente es maximizar las ganancias con laboriosidad, fe y plegarias. Al que se le ocurra perder dinero se someterá a las penitencias de rigor. Al varón Fangal no se le va un centavo por falta de supervisión. El pastor pretende ser un millonario para la gloria de Dios, para probar que el Padre bendice a los siervos fieles. Al que no diezma a tiempo lo cuelgan en la puerta como una advertencia pía a los presentes. Los tacaños no albergarán las sabrosas bendiciones del Todopoderoso. Hay pastores que poseen más dólares que la familia Fangal. Ser un segundón sería ser un mediocre. Hay que tomar algunas medidas. Estrujar a las masas con amor es lo suyo. La teología de la prosperidad se subordina al desprendimiento de cada discípulo de Cristo. Los más generosos son los que poseen una necesidad grande. Gestionar el dolor de los pobres es rentable, si es en nombre de Dios. Nunca trabaja gratis. Los que entregan grandes donativos son los que recibirían las más ricas bendiciones, con el Redentor como aval.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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