En mi adolescencia escuchaba la radio intentando interpretar las melodías y ritmos con mi guitarra y no había caso. Horas y horas perdidas. La perseverancia ciega es infructuosa. Tenía oreja de tarro. Con los acordes en alguna revista tocaba algunos temas rasgueando con el corazón y sin tecnicismo alguno. Mi entusiasmo era sorprendente, mi afinación pulcra iba y venía. Nunca fui preciso con el pentagrama, que nunca me piropeó. Armé un pequeño repertorio con letrillas de tres o cuatro acordes, nada importante. En una noche universitaria cualquiera me presenté con mi instrumento y empezamos a cantar canciones de la época, nada complicado, hasta que veinte minutos después llegó Maximiliano, un músico de verdad. Desde ese momento pasé a ser el guitarrista suplente de la fogata, de las fogatas, por siempre. Mi labor era aplaudir. El lugar en mi vida no era el escenario, independiente de mi testarudez. Pretender tocar como Jimmy Page era una falacia, un desvarío. La puerilidad es malaventura. Anhelar ser un telonero de Charly García era una enajenación. El burro sonríe de buen ánimo y no avanza. Se estanca y no lo ve. A pesar de mi voluntarismo enfermizo tomé unos años y algunas humillaciones en darme cuenta que mi sitio en esta existencia estaba en otro lado, y que era muy distinto. Los porfiados terminan en un agujero con espinas. Cuando interpreto la guitarra acústica en el living de mi casa sin público y sin competencia, soy un titular indiscutido, un grammy.
http://lassotanasdesatan.blogspot.com
http://microcuentosson.blogspot.com
JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
No hay comentarios:
Publicar un comentario