Nacimos con distinto peso y estatura, con una inteligencia diferente, con una fuerza emocional y física dispareja. Sólo nos parecemos. La desigualdad es una belleza y un ingrediente irreversible de nuestra naturaleza. Algunos son más laboriosos que otros, con más iniciativa, con más optimismo, más movedizos. Logran avanzar, entre otros, porque no se dejaron atrapar por el resentimiento, por el rencor, por el odio al millonario. La desigualdad nos pone en un punto de partida no en la meta. Independiente de las decisiones sociales sabias que el Estado tomará, por sensibilidad y moral, cada alma construye su fe, su futuro, su lucha personal. El empeño va separando las aguas. La perseverancia y convicción confeccionan milagros. Si cuatro hermanos que se educaron en una misma casa y aterrizaron en la vejez con un patrimonio espiritual, intelectual y material dispar es porque transitaron por senderos desemejantes. La audacia bien dirigida ha sellado el destino de muchos hombres y mujeres. El estancamiento en sí pocas veces es culpa del gobierno. Si un joven abandona la escuela, es alcanzado por un vicio o una mala conducta, tal vez ya arruinó su vida y todavía no cumple los veinte años. La superación personal es una escaramuza diaria pesada y el carácter separa a los triunfadores de los resignados. La fuerza de voluntad, la fe y la resiliencia transforman existencias. La posibilidad de que el perro fracasado toque el cielo está ahí. Timados y aprehendidos por la ira quedan botados al costado de la carretera gritándole improperios al sol de cada día. También culpan a Dios como último recurso. En una carrera larga de cien kilómetros no hay dos que se demoren lo mismo. La irrevocable desigualdad reside en todos los lados y ámbitos, es un militante de las madrugadas. Las bicicletas fabricadas en serie son iguales. El que se rompe el lomo es un ejemplo, una inspiración. La mediocridad se cae.
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JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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